Después de abandonar el hotel, con muchísima pena porque me había encantado, partimos hacia Ponferrada para retomar el camino de vuelta a Santiago.

Yo tenía especial capricho por ver el Castillo Templario de Ponferrada por dos motivos:

1. Es un castillo templario, y cualquiera que haya jugado al Broken Sword tiene que tener un mínimo interés en todo lo relacionado con la orden del Temple.

2. Ya lo había intentado visitar dos veces y las dos estaba cerrado. Tienen un horario horrible, básicamente abren de lunes a viernes en horario laboral  y cierran fines de semana y muchos festivos. Un WTF en toda regla.

Para mi sorpresa esta vez estaba abierto, así que no podía dejar de visitarlo, a pesar de que la entrada costaba 6 euros (y por supuesto no lo valía, pero en fin...)

La verdad es que el castillo no tenía mucho que ver. La chica de la taquilla nos dijo que tardaríamos una hora en ver el castillo entero, pero con 20 minutos hay tiempo de sobra, y con menos también.

Lo único que tiene que ver es el exterior, porque las zonas internas están muy vacías salvo por alguna exposición de libros que tampoco era muy interesante. Lo que sí valía la pena (menos mal) eran las vistas de la ciudad y las montañas desde lo alto. Siempre me había imaginado Ponferrada más fea, más industrial (yo creo de pasar con el coche por la carretera y no ver el centro) y sin embargo no me disgustó. Casitas con el típico tejado de pizarra, montañas, era bastante bonito.

Después seguimos rumbo a Galicia, pero antes paramos en Villafranca del Bierzo.

Aquí nos llamó la atención la cantidad de iglesias que había para una ciudad tan pequeña. Sin embargo, es entendible si se piensa que es la puerta de entrada a Galicia para quienes hacen el Camino de Santiago por la ruta francesa, la más conocida. Además es posible ganarse el jubileo si uno se ve imposibilitado para llegar a Compostela, en la Portada del Perdón de la Iglesia de Santiago.