País Vasco día 2: Las Arenas, San Juan de Gaztelugatxe y Bermeo

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Getxo y puente colgante de Vizcaya

Tras un abundante desayuno abandonamos el hotel rumbo a Getxo, un municipio que se asienta en la ribera de la ría del Nervión. Del otro lado se encuentra Portugalete, y ambas se unen a través del Puente de Vizcaya.

El Puente de Vizcaya es un puente colgante transbordador de peaje, declarado Patrimonio de la Humanidad y Patrimonio Industrial. Se construyó a finales del siglo XIX para unir los dos márgenes  de la ría y, al mismo tiempo, permitir la navegación por debajo. Su singularidad radica en ser el primer puente de estas características: transbordador y de estructura metálica. Además es uno de los pocos que todavía quedan en pie de este estilo. Se puede subir a la pasarela peatonal de 45 metros de altura a través de sus ascensores panorámicos y, en lo alto, disfrutar de las vistas. Nosotros no lo hicimos porque mi suegra tiene miedo a las alturas y además, como llevábamos el carro, era bastante engorro. Quedará para otra ocasión. Además también se puede atravesar en coche de Getxo a Portugalete o viceversa. El servicio de transbordo funciona los 365 días del año las 24 horas del día. Mr. Knook y yo ya habíamos probado la experiencia en nuestra anterior visita a Bilbao y la verdad es que dentro del coche poco se ve.
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Puente con el transbordador colgando a medio camino.
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Interior del transbordador, donde pueden ir tanto coches como peatones.
Tanto Getxo como Portugalete son dos ciudades balnearias que empezaron a ganar fama al convertirse en lugar de residencia de la burguesía industrial. En concreto el germen de Getxo fue el barrio de Las Arenas, donde se encuentra el puente y donde se pueden observar imponentes edificios residenciales, palacetes, un bonito paseo y una playa.
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Paseo de las Arenas
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Playa de las Arenas
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Las preciosas casonas

San Juan de Gaztelugatxe

A San Juan de Gaztelugatxe le tenía especial ganas desde hacía muchísimo tiempo, pero con el boom de Juego de Tronos se ha puesto de moda y ahora en temporada alta exigen reservar para poder visitarlo a través de esta web. Como el viaje fue bastante improvisado nos encontramos con que entre el tiempo meteorológico y nuestra planificación sólo nos cuadraba bien visitarlo a mediodía, así que reservamos para las dos y media de la tarde. [Tip: Si se tiene tiempo es muy buena idea quedarse a ver la puesta de sol].

Para saber donde aparcar y cómo conseguir las entradas recomiendo ver la información de esta web, pero no tiene mucha pérdida. Se trata de aparcar más o menos donde puedas (porque en pleno agosto, como fuimos nosotros, no había otra opción) y después ir andando hasta el punto de control donde te pedirán las entradas. Hay dos itinerarios alternativas para llegar caminando: uno corto y uno largo.

Nosotros optamos por la ruta corta, que empieza al lado del restaurante Eneperi y va bajando a través de cuestas y escalones de piedra (bastante desagradables para caminar con sandalias, por cierto) [Tip: Se puede subir con cualquier tipo de calzado, pero con alguno que agarre bien el pie subirás antes y más facilmente]. Abajo de todo te encuentras por fin con las famosas escaleras de piedra que conducen a lo alto de la ermita de San Juan.

Las escaleras de acceso son anchas pero la subida hacia la ermita es muy angosta. Por supuesto si vais con un bebé como era nuestro caso, prescindid de carritos y optad por una mochila de porteo, sin olvidarse de un buen gorrito (nosotros la envolvimos también en una muselina para que no le diera mucho sol en las piernas).
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Preparados para la bajada
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La ermita de San Juan, destino final
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Las empinadas escaleras de acceso, parecen más duras de lo que en realidad son
La bajada había sido fácil, pero la subida fue un poco más costosa, aunque bastante menos de lo que me había imaginado. Las vistas subiendo y desde lo alto son espectaculares, se divisa todo la agreste que es la costa en esta zona.
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Vistas desde lo alto
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En total la subida nos llevó una media hora. Una vez arriba nos encontramos con la pequeña ermita, donde la tradición dice que hay que tirar tres veces de la campana y pedir un deseo. Aunque habíamos leído que permanece cerrada la mayoría del tiempo, tuvimos suerte y la encontramos abierta. En su interior se pueden encontrar exvotos de marineros que han sobrevivido a algún naufragio.
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Exterior de la ermita, con la campana.

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Interior de la ermita.
Al rato iniciamos la bajada hasta el borde del mar y posterior subida hacia el aparcamiento. Esto fue lo que más nos costó. A las tres de la tarde, a pleno sol y con una subida muy empinada que nos consumió toda la energía. Curiosamente Mr. Knook, que era el que iba más cargado con la niña fue el primero en llegar, y aquí la reciente mamá la última. ¡Me faltaba el aliento!

Como ya era muy tarde y estábamos muy cansados nos quedamos a comer por allí, en el Eneperi, el restaurante que todo el mundo recomienda para estos menesteres. Allí puedes comer de plato en el comedor, a base de pintxos en la cafetería o en el merendero de fuera o tipo comida de picnic a base de pollo asado, ensalada, arroz o atún en la casetita de fuera. Además tiene bastante sitio por lo que no hay que hacer colas. Nosotros optamos por comer al aire libre, que estábamos sudando del calor y el sitio, con las vistas, era de lo más agradable (Restaurante Eneperi: mi crítica en Tripadvisor aquí)
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Reponiendo fuerzas

Bermeo

Después de comer teníamos pensado recorrer la costa vasca. Empezamos por Bermeo, villa marinera enclavada en la Reserva de la biosfera del Urdaibai. Una de las primeras cosas que nos encontramos al llegar fue el puesto de información, y, a su lado, el Ballenero Aita Guria, que actualmente es el Centro de Interpretación de la Pesca de la Ballena. En su interior se expone la vida de los marineros o el recorrido de la embarcación. Como habíamos aprendido en Gaztelugatxe, la pesca de la ballena daba soporte a la economía de varios de los pueblos de la costa y generaba una gran rivalidad entre ellos. Por ello tenían varias reglas para dilucidar a quien pertenecía el espécimen, en función de quien lo había matado y quien lo había avistado. Hoy en día son muchos los pueblos vascos que todavía tienen en su escudo representaciones de ballenas.
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El ballenero
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Oficina de turismo de Bermeo
 Dimos una vuelta por su puerto viejo, con sus casitas de colores amontonadas y las embarcaciones de pesca y de recreo. En la oficina de turismo nos habían recomendado explorar las distintas alturas de la villa subiendo por las escaleras, pero estábamos tan cansados que no lo hicimos. En su lugar nos relajamos un rato en el espigón mientras degustábamos un helado. La verdad es que daban ganas de quedarse allí toda la tarde, se respiraba paz y tranquilidad.
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Puerto viejo
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Las empinadas escaleras de acceso a lo alto de la villa
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Relax en el espigón
Pero la peque tenía otros planes, ¡y mucha hambre! Así que buscamos un lugar más cómodo y lo encontramos en el Parque Lamera. Allí le dimos de comer y después seguimos la ruta.
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Teníamos pensado ir a Mundaka, pero la peque no estaba por la labor de aguantar más coche, así que nos conformamos con pasar y verlo desde el coche y pusimos rumbo a nuestro siguiente destino donde pasaríamos las siguientes noches: San Sebastían. Allí nos acomodamos con la parrula en el hotel y nos preparamos para el día siguiente (Hotel B&B Aeropuerto: mi crítica en Tripadvisor aquí)

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