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Un día intenso en San Sebastián

Por fin iba a llegar uno de los días que más deseábamos: la visita a San Sebastián, la Bella Easo. Lo de la Bella Easo le viene porque antiguamente se creía que la antigua ciudad romana de Oiasso o Easo se encontraba aquí. Hoy se sabe que no es verdad y se cree que esta ciudad se hallaba en Irún. En cualquier caso San Sebastián merece mucho la pena. Madrugamos mucho para aprovechar todo el día y falta nos hizo, ¡tiene mucho que ofrecer!.
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Según aparcamos nos encontramos con la playa, ya llena de gente para lo temprano que era
Nos habían hablado maravillas de la ciudad, así que a primera vista no nos pareció para tanto. Pero esto fue cambiando con el paso de las horas hasta tal punto, que salimos de allí enamorados de ella.
Encontrar sitio para aparcar el coche en esas fechas era, obviamente, complicado, así que acabamos dejándolo en un parking que nos cobró más de 30€. Ya nos quedaba claro que San Sebastián es la niña bonita de Euskadi. Según salimos del aparcamiento nos topamos con la oficina de turismo, así que a ella acudimos para que nos diera un par de recomendaciones sobre qué visitar.

Visitando el casco viejo

El casco viejo estaba limpísimo, cosa que nos sorprendió muy gratamente. La disposición de las calles, perfectamente trazadas, también nos gustó. Era muy fácil moverse por allí, y la uniformidad de los tonos de las fachadas y las calles le daba mucho empaque al conjunto. Lo primero que nos llamó la atención, después de la playa, fue el ayuntamiento. Desde luego, el edificio es singular,  se trataba de un antiguo casino que cerró con la prohibición del juego en 1924 y se convirtió sede de la municipalidad en 1945.
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El ayuntamiento, desde el paseo.
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Ayuntamiento de Donostia, antiguo casino.
Pasado el ayuntamiento nos perdimos por entre las calles y llegamos a una de las calles principales, la calle de 31 de agosto. Fue una curiosa coincidencia, pues estábamos en 31 de agosto. Después nos enteramos que esta fecha es la de las fiestas grandes de la ciudad, en la que se recuerda que en 1831 esta calle fue la única que no quedó arrasada por las llamas en el marco de las Guerras Napoleónicas. Cada año en esta fecha se celebra por la parte vieja un desfile conmemorativo, una recreación del asalto y un paseo a la luz de las velas por esta calle.
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Calle del 31 de agosto
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Iglesia de Santa María, en el extremo de la calle
La Plaza de la Constitución nos pareció como el corazón de la zona vieja, y nos llamó la atención la numeración que había en lo alto de cada ventana. Pronto descubrimos que la plaza era usada para corridas de toros, y la numeración de las ventanas era para distribuir los asientos, que eran los balcones.
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La colorida Plaza de la Constitución
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Numeración de palcos en las ventanas
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Calles de Donostia

Museo San Telmo

Decidimos acercarnos al Museo de San Telmo, museo etnográfico donde se expone la historia vasca. Hace un recorrido desde los primeros asentamientos hasta la época actual, tocando temas muy interesantes como la época de los descubrimientos, la industria vasca, las costumbres y, por último, la pintura.
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Exterior del Museo de San Telmo
Parte del edificio es un antiguo convento de frailes dominicos, por lo que la exposición comienza por la iglesia del convento, donde unos grandes lienzos narran las efemérides del pueblo vasco.
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Interior de la Iglesia de San Telmo.
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Exposición sobre la época de los descubrimientos
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Claustro
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Sala de pinturas
En general, me pareció un museo bastante recomendable y ameno, aunque totalmente prescindible si no se dispone del tiempo suficiente.

Pintxos y más pintxos

Como estábamos en la ciudad del pintxo por excelencia, sí, comimos a base de pintxos y nos pusimos las botas. Había muchísimos sitios, a cada cual más apetecible. Nosotros acabamos entrando en el que más fácil nos resultó encontrar sitio para todos, porque, además, al ir con el carrito de bebé la cosa se complicaba bastante (Nagusia Lau: mi crítica en Tripadvisor aquí).
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Bahía de La Concha

Después de la comida nos dedicamos a pasear todo lo largo de la playa de La Concha. El sol iba y venía entre las nubes, pero la temperatura era muy buena y apetecía darse un baño. Como había muchas cosas que queríamos hacer lo pospusimos hasta más tarde (y al final sólo nos mojamos los pies).
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Vista de la playa de la Concha
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Nos llamó la atención las casetitas que alquilaban con sombrilla y sillas. De estas cosas no tenemos en Galicia.
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Más o menos en la mitad de la playa se encuentra el Palacio de Miramar, que sirvió como palacio real para el veraneo de la familia de Alfonso XII. Lo mandó construir la reina María Cristina, su mujer, en estilo inglés. Hoy en día se puede visitar, pero nosotros preferimos verlo sólo por fuera.
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Al final del paseo y de la Playa de Ondarreta, se encuentra el archiconocido Peine del Viento, un conjunto de esculturas de Eduardo Chillida, uno de los escultores más señeros del País Vasco.
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Playa de Ondarreta
Son tres piezas de acero aferradas a la roca, y se supone que el espectáculo es aún mejor cuando hay olas, porque se une el sonido del mar saliendo por unos tubos. Nosotros eso no lo pudimos comprobar, pero las vistas eran bonitas igualmente.
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Lo que no nos gustó es que la parte del paseo de piedra de granito fue un infierno para el carro. Está hecho como adoquinado y fue un suplicio pasar por allí con él. A la pobre niña la metimos en la mochila y el carro lo dejamos a mitad de camino porque íbamos a paso de tortuga para poder llegar. Mientras unos disfrutábamos del paisaje y  hacíamos foto, otro guardaba el carro. Después nos turnamos.

Subida al Monte Igueldo

No entraba en nuestras previsiones pero todo el mundo nos recomendó visitar la cima del Monte Igeldo. Y como yo no desprecio nunca la posibilidad de montar en funicular, porque me hace mucha gracia, allá que fuimos. A mis suegros no les hizo tanta gracia y subieron con un poco de miedo, ¡era la primera vez que montaban en funicular!. No tuvimos ningún problema para subir con el carrito, es bastante accesible. Si se viene en coche ¡ojo!, para subir hasta arriba hay que pagar peaje.

La subida vale la pena para ver toda la bahía de la Concha desde lo alto ¡espectacular!
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Vistas desde la cima
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Disfrutando de las vistas
En el monte hay un pequeño y antiguo parque de atracciones. Fue inagurado en 1912 y me dio pena que la peque aún fuera tan peque, porque seguro que lo hubiera disfrutado: colchonetas, un tren y unos barquitos. Me quedó pena de no montarme en los pequeños troncos que bordeaban el monte por los canales de agua, seguro que las vistas eran espectaculares.
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Bajada al funicular y entrada al parque de atracciones
Al bajar del monte aprovechamos para mojar los pies en la playa y ¡el agua estaba buenísima! Nada que ver con las frías aguas de Galicia.
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Zona nueva

Por último, decidimos pasear por la zona nueva, que también nos encantó. Primero paramos en la Catedral del Buen Pastor, que sólo pudimos ver por fuera porque a esas horas ya estaba cerrada.
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Torre gótica de la catedral
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Plaza del Buen Pastor
Algunas de las calles comerciales eran peatonales y el ambiente era muy animado. Encontramos diferentes tiendas de prestigiosas marcas y hasta una feria de libros.
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Llegamos hasta el Plaza Gipuzkoa, un tranquilo espacio verde en el corazón de la ciudad. Aquí encontramos un reloj de flores, el templete meteorológico de mármol, árboles y otros elementos que hacían de esta pequeña plaza un lugar muy agradable y verde.

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Plaza Gipuzkoa y el templete meteorológico, a la izquierda.
Mi suegro no podía irse sin ver el famoso Teatro Victoria Eugenia, principal escenario del Festival Internacional de Cine de San Sebastián, y el contiguo Hotel María Cristina, hotel donde se alojan las estrellas que vienen al festival.
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Teatro Victoria Eugenia
Para terminar, dimos un paseo por el Paseo Nuevo, a lo largo del río Urumea en su confluencia con el mar. En esta parte se encuentra también el Kursaal, el gran auditorio que acoge el festival de cine, entre otras propuestas culturales.
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Kursaal
Nuestra idea después era cenar algo y aprovechar para ver la procesión por la calle 31 de agosto. Cenamos en uno de los pocos locales con sitio para sentarse que encontramos (Bar Barandiaran: mi crítica en Tripadvisor aquí), porque estaba todo hasta los topes. Después estuvimos esperando en la calle en cuestión a ver si pasaba la recreación histórica, pero tardaba mucho y se nos hizo muy tarde para la peque, así que nos volvimos al hotel casi a las doce de la noche, tras un día intensísimo en San Sebastián y totalmente prendados de esta ciudad.
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Getxo y puente colgante de Vizcaya

Tras un abundante desayuno abandonamos el hotel rumbo a Getxo, un municipio que se asienta en la ribera de la ría del Nervión. Del otro lado se encuentra Portugalete, y ambas se unen a través del Puente de Vizcaya.

El Puente de Vizcaya es un puente colgante transbordador de peaje, declarado Patrimonio de la Humanidad y Patrimonio Industrial. Se construyó a finales del siglo XIX para unir los dos márgenes  de la ría y, al mismo tiempo, permitir la navegación por debajo. Su singularidad radica en ser el primer puente de estas características: transbordador y de estructura metálica. Además es uno de los pocos que todavía quedan en pie de este estilo. Se puede subir a la pasarela peatonal de 45 metros de altura a través de sus ascensores panorámicos y, en lo alto, disfrutar de las vistas. Nosotros no lo hicimos porque mi suegra tiene miedo a las alturas y además, como llevábamos el carro, era bastante engorro. Quedará para otra ocasión. Además también se puede atravesar en coche de Getxo a Portugalete o viceversa. El servicio de transbordo funciona los 365 días del año las 24 horas del día. Mr. Knook y yo ya habíamos probado la experiencia en nuestra anterior visita a Bilbao y la verdad es que dentro del coche poco se ve.
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Puente con el transbordador colgando a medio camino.
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Interior del transbordador, donde pueden ir tanto coches como peatones.
Tanto Getxo como Portugalete son dos ciudades balnearias que empezaron a ganar fama al convertirse en lugar de residencia de la burguesía industrial. En concreto el germen de Getxo fue el barrio de Las Arenas, donde se encuentra el puente y donde se pueden observar imponentes edificios residenciales, palacetes, un bonito paseo y una playa.
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Paseo de las Arenas
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Playa de las Arenas
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Las preciosas casonas

San Juan de Gaztelugatxe

A San Juan de Gaztelugatxe le tenía especial ganas desde hacía muchísimo tiempo, pero con el boom de Juego de Tronos se ha puesto de moda y ahora en temporada alta exigen reservar para poder visitarlo a través de esta web. Como el viaje fue bastante improvisado nos encontramos con que entre el tiempo meteorológico y nuestra planificación sólo nos cuadraba bien visitarlo a mediodía, así que reservamos para las dos y media de la tarde. [Tip: Si se tiene tiempo es muy buena idea quedarse a ver la puesta de sol].

Para saber donde aparcar y cómo conseguir las entradas recomiendo ver la información de esta web, pero no tiene mucha pérdida. Se trata de aparcar más o menos donde puedas (porque en pleno agosto, como fuimos nosotros, no había otra opción) y después ir andando hasta el punto de control donde te pedirán las entradas. Hay dos itinerarios alternativas para llegar caminando: uno corto y uno largo.

Nosotros optamos por la ruta corta, que empieza al lado del restaurante Eneperi y va bajando a través de cuestas y escalones de piedra (bastante desagradables para caminar con sandalias, por cierto) [Tip: Se puede subir con cualquier tipo de calzado, pero con alguno que agarre bien el pie subirás antes y más facilmente]. Abajo de todo te encuentras por fin con las famosas escaleras de piedra que conducen a lo alto de la ermita de San Juan.

Las escaleras de acceso son anchas pero la subida hacia la ermita es muy angosta. Por supuesto si vais con un bebé como era nuestro caso, prescindid de carritos y optad por una mochila de porteo, sin olvidarse de un buen gorrito (nosotros la envolvimos también en una muselina para que no le diera mucho sol en las piernas).
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Preparados para la bajada
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La ermita de San Juan, destino final
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Las empinadas escaleras de acceso, parecen más duras de lo que en realidad son
La bajada había sido fácil, pero la subida fue un poco más costosa, aunque bastante menos de lo que me había imaginado. Las vistas subiendo y desde lo alto son espectaculares, se divisa todo la agreste que es la costa en esta zona.
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Vistas desde lo alto
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En total la subida nos llevó una media hora. Una vez arriba nos encontramos con la pequeña ermita, donde la tradición dice que hay que tirar tres veces de la campana y pedir un deseo. Aunque habíamos leído que permanece cerrada la mayoría del tiempo, tuvimos suerte y la encontramos abierta. En su interior se pueden encontrar exvotos de marineros que han sobrevivido a algún naufragio.
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Exterior de la ermita, con la campana.

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Interior de la ermita.
Al rato iniciamos la bajada hasta el borde del mar y posterior subida hacia el aparcamiento. Esto fue lo que más nos costó. A las tres de la tarde, a pleno sol y con una subida muy empinada que nos consumió toda la energía. Curiosamente Mr. Knook, que era el que iba más cargado con la niña fue el primero en llegar, y aquí la reciente mamá la última. ¡Me faltaba el aliento!

Como ya era muy tarde y estábamos muy cansados nos quedamos a comer por allí, en el Eneperi, el restaurante que todo el mundo recomienda para estos menesteres. Allí puedes comer de plato en el comedor, a base de pintxos en la cafetería o en el merendero de fuera o tipo comida de picnic a base de pollo asado, ensalada, arroz o atún en la casetita de fuera. Además tiene bastante sitio por lo que no hay que hacer colas. Nosotros optamos por comer al aire libre, que estábamos sudando del calor y el sitio, con las vistas, era de lo más agradable (Restaurante Eneperi: mi crítica en Tripadvisor aquí)
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Reponiendo fuerzas

Bermeo

Después de comer teníamos pensado recorrer la costa vasca. Empezamos por Bermeo, villa marinera enclavada en la Reserva de la biosfera del Urdaibai. Una de las primeras cosas que nos encontramos al llegar fue el puesto de información, y, a su lado, el Ballenero Aita Guria, que actualmente es el Centro de Interpretación de la Pesca de la Ballena. En su interior se expone la vida de los marineros o el recorrido de la embarcación. Como habíamos aprendido en Gaztelugatxe, la pesca de la ballena daba soporte a la economía de varios de los pueblos de la costa y generaba una gran rivalidad entre ellos. Por ello tenían varias reglas para dilucidar a quien pertenecía el espécimen, en función de quien lo había matado y quien lo había avistado. Hoy en día son muchos los pueblos vascos que todavía tienen en su escudo representaciones de ballenas.
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El ballenero
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Oficina de turismo de Bermeo
 Dimos una vuelta por su puerto viejo, con sus casitas de colores amontonadas y las embarcaciones de pesca y de recreo. En la oficina de turismo nos habían recomendado explorar las distintas alturas de la villa subiendo por las escaleras, pero estábamos tan cansados que no lo hicimos. En su lugar nos relajamos un rato en el espigón mientras degustábamos un helado. La verdad es que daban ganas de quedarse allí toda la tarde, se respiraba paz y tranquilidad.
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Puerto viejo
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Las empinadas escaleras de acceso a lo alto de la villa
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Relax en el espigón
Pero la peque tenía otros planes, ¡y mucha hambre! Así que buscamos un lugar más cómodo y lo encontramos en el Parque Lamera. Allí le dimos de comer y después seguimos la ruta.
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Teníamos pensado ir a Mundaka, pero la peque no estaba por la labor de aguantar más coche, así que nos conformamos con pasar y verlo desde el coche y pusimos rumbo a nuestro siguiente destino donde pasaríamos las siguientes noches: San Sebastían. Allí nos acomodamos con la parrula en el hotel y nos preparamos para el día siguiente (Hotel B&B Aeropuerto: mi crítica en Tripadvisor aquí)
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