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 Minas de Río tinto

El plan de hoy era visitar Minas de Río Tinto y la Sierra de Aracena, pero al llegar al Museo de Río Tinto vimos que no iba a ser todo tan fácil. Y es que en Río Tinto se pueden visitar muchas cosas, pero no todas a la vez ni el mismo día. 

El museo ofrece entre otras la visita a dos minas, el ferrocarril minero y la Corta Atalaya, entre otras. Yo quería ver la Mina Corta Atalaya, que es lo que queda de la antigua mina, pero resulta que los días de visitas se alterna y justo el día que estábamos no era. O decidíamos volver otro día -perdiendo de nuevo el tiempo de llegar hasta aquí que era casi una hora y otro día entero de ver otra cosa-o no nos quedaba más remedio que olvidarnos de esa visita y elegir otra.

Era difícil decidirse, porque no sabíamos muy bien en qué consistían las visitas ni tampoco nos lo quisieron explicar muy bien. Directamente al vernos con niños nos recomendaron el ferrocarril minero y la visita al museo.
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Museo Minero

Museo de Río Tinto


El museo hace un recorrido de lo que fue la explotación minera de la zona desde los antiguos romanos hasta los modernos ingleses con la Rio Tinto Company Limited, precisamente los que construyeron el ferrocarril hasta el puerto y el muelle de carga mineral que tanto nos había gustado el día anterior. 

El edificio del museo se encuentra en el antiguo hospital de la compañía. Empiezan contando sobre el descubrimiento de minerales en época prehistórica, hay una recreación de la mina romana (la parte  que más le gustó a las niñas), instrumentos, herramientas y maquinaria, locomotoras, etc. 
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Recreación de la Mina Romana
 
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Maquinaria de perforación
Luego se centran en la labor de la Rio Tinto Company. Todo desde el punto de vista de la sostenibilidad y la maravilla geológica, obviando los daños a la tierra y los posibles peligros y tóxicos vertidos y contando muy por encima las huelgas donde fallecieron trabajadores reclamando mejoras para la salud y condiciones retributivas mejores.

Ferrocaril minero

Como comentamos, al vernos con niños nos recomendaron el tren, que a mi no me hacía ninguna gracia, pero acabamos claudicando porque poco más era viable ese día. Se podía elegir entre la visita a las 13:30 horas o a las 16:30, ambas visitas matadoras en pleno agosto. Al final elegimos la primera.

Teníamos que coger el coche e ir al punto de salida del tren, a unos 10 minutos del edificio del museo. Allí esperamos bajo el sol abrasado a que nos dejaran montar en una locomotora de madera, reconstruida de las originales del siglo XIX. Hay trenes de diésel y de vapor. El de vapor sólo está disponible unos días del mes, así que nos tocó el diésel. En total haríamos unos 22 kilómetros entre ida y vuelta. Obviamente, sin aire acondicionado, sin insonorización, sin nada. Ésa es la experiencia... 
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Cuando por fin nos dejaron entrar ocupamos unos asientos y empezó una locución por los altavoces que nos iba explicando un poco la historia del lugar y lo que veíamos por la ventana. Esto duró 5 minutos, porque en cuanto se puso en marcha el tren era imposible oir nada con tanto ruido.
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A punto de partir
Al principio todo nos llamaba la atención por la novedad. Durante el trayecto se pueden ver otros ferrocarriles y aldeas mineras abandonadas. En su día, esta línea férrea era una de las más transitadas de España y la compañía de Río Tinto poseía para el traslado de materiales y empleados numerosas locomotoras y vagones, sólo comparables al de Renfe.
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El paisaje es seco y desolado, ya que lo que se ve es la zona de explotación minera y alrededores. Esto, unido a las aguas ácidas del río hacen difícil que creza la vegetación, salvo algún brezo o algún pino. 
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Abajo, pudimos ver por fin el Río Tinto, afluente del Odiel (el río que desemboca en Huelva) y que baja arrastrando todos esos minerales de los yacimientos mineros que le dan su nombre.
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Estos 11 kilómetros de ferrocarril minero ahora recuperado para uso turístico transcurre paralelo al río en su mayor parte. Realmente para mi fue lo mejor del viaje, ver ese característico color rojo tan brillante y oscuro, que difícilmente se encuentra en otra parte y lo único que valió algo la pena de la visita.
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El viaje termina en una estación, donde te puedes bajar y acercarte a ver el río cruzando un pequeño puente para salvar las vías del tren. El agua no se puede beber, y para mayor seguridad tampoco tocar porque es muy ácida y está llena de metales pesados. Sobre todo es muy importante no tocar el agua y después tocarse los ojos o las mucosas, para evitar posibles problemas.
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Luego iniciamos el viaje de regreso, ya muy, muy pesado porque estábamos cansados del calor y era el mismo paisaje que a la ida. El tren iba totalmente en silencio, algunos iban adormilados, todos deseando bajarnos. Se hizo muy largo.

En general, no recomiendo mucho la visita. Las dos actividades son bastante poco interesantes. Si se quiere ver el río, quizá es mejor, si llevas coche, acercarte a verlo en algún punto sin tener que sufrir el tren. Y el museo tampoco me aportó nada que no supiese. O tal vez tenía otras expectativas.

Aracena

Bajamos del tren y totalmente acalorados nos metimos en el coche rumbo a Aracena. Para cuando llegamos eran casi las cuatro de la tarde. No habíamos comido y estábamos deshidratados. La idea era visitar nada más llegar la Gruta de las Maravillas, pero estábamos tan cansados que necesitábamos un pequeño descanso. Así que cambiamos las entradas que ya habíamos cogido por otras para más tarde e intentamos buscar un sitio donde tomar algo y revivir.

Nos hicieron el favor de acogernos en un restaurante y darnos de comer(Restaurante Jesús Carrión: mi crítica en Tripadvisor aquí) y con fuerzas renovadas pudimos visitar la Gruta.
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Entrada a la gruta
La Gruta de las Maravillas es la primera cueva de este tipo abierta a las visitas turísticas en España. Se trata de una gruta llena de formaciones rocosas formadas por la acción del agua subterránea. La entrada está en el medio del pueblo y nada te preparada para sospechar que bajo la plaza donde habíamos comido se encontraba todo eso.
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La visita se hace guiada, porque es peligroso y hay que seguir un camino marcado o te puedes perder, tal es su inmensidad. Además de estalagmitas, estalactitas y diversas formaciones que han bautizado con nombres también hay lagos.
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Tras salir de la gruta dimos una pequeña vuelta por Aracena. Aracena es un pequeño pueblo en la Sierra de Aracena, donde se encuadra el Parque Natural de Sierra de Aracena y Picos de Aroche. Además la Sierra de Aracena pertenece a Sierra Morena. Tiene unos 8.000 habitantes y es un punto de interés turístico precisamente por la sorprendente Gruta de las Maravillas.

Su caso histórico es bien de interés cultural (BIC) y conserva un castillo y una iglesia prioral interesantes para visitar en lo alto del cerro. Nosotros no las visitamos porque estábamos cansadísimos y con el calor que hacía subir por el cerro a pleno sol no nos motivaba mucho. Preferimos pasear por la zona baja de la ciudad.
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Castillo, al fondo, en lo alto, y plaza de aracena.
En una de las plazas de Aracena los bancos cuentan con azulejos que reproducen algunas de las formaciones de la gruta.
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En esa misma plaza nos llamó la atención un lavadero que data de 1923. Consta de 10 lavaderos a cada lado y fue usado hasta los años 70 aproximadamente.
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Jabugo

Para terminar nuestra visita por la Sierra de Aracena paramos en Jabugo, bien conocido por su jamón denominación de origen, como consta en el letrero de entrada al pueblo. 
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En esta cierra, parque natural como comentamos, hay dehesas, encinas y demás que lo hacen muy apto para la cría de cerdos ibéricos de los que después se obtiene ese jamón de renombre gracias a su curación en este clima característico. Y ciertamente, el olor por aquellas calles a jamón era increíble. Las referencias a los cerdos también estaban muy presentes.
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Y, por supuestos, las fábricas de jamones, que también había unas cuantas.
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Paseamos por las estrechas calles del pueblo jalonadas de blancas casas, donde apenas nos cruzamos con nadie. 
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Terminamos el día volviendo al hotel y viendo una preciosa puesta de sol en la carretera de la Sierra de Aracena.
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De playa en playa

Nuestro primer día en Huelva, que en realidad ya era el tercero del viaje, lo quisimos dedicar al relax por dos motivos. El primero era que daban unas temperaturas altísimas que hacían bastante inviable otro plan que no fuera refrescarse en la playa. La segunda porque también nos apetecía descansar un poco después del palizón de carretera que nos habíamos comido los dos días anteriores. Empezar a conocer la Costa de la Luz por sus playas nos pareció la mejor opción. Así que el plan fue empezar por la Playa de Punta Umbría, que por cierto a mi fue una de las que más me gustó de todo el viaje.

De camino, pasando por la zona de las Marismas del Odiel, donde desemboca el río, divisamos un montón de flamencos volando. No veríamos uno en tierra en todo el viaje, pero ese día los vimos todos volando xD
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Punta Umbría

No tuvimos ningún problema para aparcar, porque ya estábamos a finalísimos de agosto. La Playa de Punta Umbría es una playa urbana con todos los servicios pero suficientemente ancha y larga para no sentirse demasiado agobiado. Aunque es verdad que la mayoría de la gente se arremolina en la zona de la orilla, llegando a plantar las sillas en el mismo mar, algo que para nosotros es impensable en Galicia porque nuestras playas no se prestan a ello (la zona de paseo es mucho más pequeña y molestarías).

Plantamos nuestra sombrilla (la arena quemaba) y nos lanzamos al agua. El agua para nosotros, gallego todos, estaba buenísima, caliente. Mis hijas siempre alucinan al ir a alguna playa así xD. Sin embargo, algún local repetía que estaba fría y le costaba un poco entrar. La playa y el horizonte eran infinitos. 
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Mr. Knook y yo fuimos a dar un paseo tras el baño y comenzamos a caminar hacia un lado. Cuando nos despistamos, descubrimos que uno de los peligros de la playa es que tienes pocas referencias para volver a tu sitio, porque casi todo parece igual. Más o menos nos orientamos por los edificios porque por las sombrillas era imposible. Y es que la playa es enorme.
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El Rompido

A la hora de comer nos acercamos a El Rompido y nos escandalizamos un poco por la cantidad de urbanizaciones que jalonaban ambos lados de la carretera antes de llegar. Allí comimos en un restaurante (Restaurente Marisquería La Almadraba: mi crítica en Tripadvisor aquí) algunas delicias locales como atún, tortitas de camarones, gazpacho... Y después dimos un pequeño paseo por la pequeña playa semifluvial que había enfrente. Esta localidad nos pareció demasiado extraña, sin calles delimitadas o un centro urbano, solo parecía que hubiera residencias vacacionales conglomeradas, hoteles y restaurantes, por lo menos en la zona en la que estuvimos nosotros. 
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Decoración en El Rompido
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Tortitas de camarones
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Pequeño paseo por la playa semifluvial (la arena ardía muchísimo)
Por la tarde estuvimos en la Playa de El Portil por conocer más playas de la zona pero la verdad es que esta no me gustó mucho porque no era tan bonita ni salvaje. Además por culpa del río tenía una corriente muy fuerte que si te descuidabas, te llevaba y con las niñas era un poco peligroso.   

Muelle de Riotinto

Cuando el sol bajó un poco pusimos de nuevo rumbo a Huelva, al Muelle de carga mineral de la Compañía Río Tinto en el río Odiel. Es un muelle embarcadero donde la compañía inglesa que explotaba la zona de Río Tinto cargaba y descargaba su mercancía y es también el final de la línea ferroviaria que unía la mina con el puerto. A pesar de ser una construcción industrial que se hizo sin ningún tipo de pensamiento estético en mente resulta bastante bonito.
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Contaba con dos plataformas, en la de arriba circulaban los trenes con los minerales y abajo los trenes de mercancías. ahora es una suerte de paseo marítimo desde el que divisar la ciudad y la ría.
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Por último, dimos u pequeño paseo por el Paseo de la Ría, que estaba muy animado a esas horas por paseantes, patinadores y ciclistas.
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Santarem

Ese día tras desayunar dedicamos la mañana a ver Santarem, la capital del gótico de Portugal y del Ribatejo. Fue una importante ciudad romana, centro administrativo de Lusitania hasta su invasión por los bárbaros. Después pasó a manos visigodas como Santa Irene, de donde se cree  que viene el actual topónimo. Ya en manos musulmanes formó parte del califato de Córdoba y, una vez conquistada como plaza cristiana, pasó al Reino de León. Es en esta época, durante los siglos XIII y XIV, cuando se construyen la mayoría de los palacios, conventos e iglesias que le han valido el nombre de "capital del gótico" y que dan fe de la importancia que llegó a tener en la Edad Media. 

La ciudad fue creciendo hasta convertirse en la ciudad más poblada del país después de Lisboa y Oporto pero tras el terremoto de 1755 y las invasiones francesas, comenzó su declive. A día de hoy no llega a 30.000 habitantes.
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Praça da Sá Bandeira

Sé de Santarem

La Sé de Santarem o Catedral de Santarem, también conocida como Igrexa do Seminario,  era un antiguo colegio de jesuitas con su iglesia. Se trata de un templo del siglo XVII sobre un antiguo palacio real abandonado, curiosamente, de fachada barroca debido a su construcción posterior. Con la expulsión de los jesuitas se instaló un seminario y no fue hasta el siglo XX cuando fue consagrada como catedral. Desde luego, el blanco edificio de líneas rectas sobresale en la Praça Sá da Bandeira, centro neurálgico de la ciudad.
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Al ser domingo, se estaba celebrando misa en su interior y sólo pudimos echar un breve vistazo. El interior tiene planta única con ocho capillas adosadas, cuatro de cada lado y está decoarado con mármol y madera.

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Interior de la sé
Llegamos justo cuando los oficiantes salían de la sacristía dando la vuelta a toda la iglesia y entrando por el pasillo central, donde nosotros estábamos apostados. Uno de ellos aprovechó para bendecir a la peque que tenía en brazos mientras me decía cuánto se alegraba de que los jóvenes fuéramos a misa. Y yo -cero católica, cero bautizada, mis hijas igual- manteniendo el tipo jajaja.
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Misa en el interio de la catedral

Iglesia de la Misericordia

Después llegamos a la Iglesia de la Misericordia, una pequeña iglesia del siglo XVI situada en una estrecha callejuela y dedicada a la Virgen de la Visitación. El exterior recuerda más bien a un palacio o una casa señorial, con tres ventanas en su fachada que son las del coro.
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Sin embargo, el interior sorprende por sus tres naves y sus columnas de estilo toscano. Estábamos solos en su interior y se nos acercó un chico (supongo que alguien relacionado con la iglesia) que nos estuvo explicando la arquitectura, el arte y los tesoros que guardaba esta iglesia. 
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Iglesia de Santa Maria de Marvila

La siguiente iglesia que visitamos fue la Iglesia de Santa María de Marvila. Su exterior estaba todo levantado por obras, pero su interior era otra maravilla. Esta iglesia fue fundada por templarios en el siglo XII y después se fue enriqueciendo a lo largo de los años. Su interior destaca por la decoración azulejada.
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En realidad, aunque parezca lo contrario, no íbamos buscando iglesias, pero la ciudad está tan plagada de ellas que era difícil no toparse con una. Nosotros entramos en esas tres porque fueron las que encontramos de camino pero también encontramos otras cosas curiosas como el antiguo Teatro Rosa Damasceno, una sala de espectáculos que ardió en el año 2007 y ahora está abandonada.
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Jardines de las Puertas del Sol

El punto final de nuestro recorrido fueron las Portas do Sol y sus jardines que aún conservan parte de la antigua muralla. Hoy en día es un agradable parque con unas vistas impresionantes al río Tajo.
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Vistas del Tajo
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Puente ferroviario sobre el río
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Parte de la antigua alcazaba defensiva

Llegada a Huelva

Después nos tocaban casi 4 horas de camino hasta nuestro hotel de Huelva (NH Luz de Huelva: mi crítica en Tripadvisor aquí). Cuando llegamos, dejamos las maletas y nos fuimos a estirar las piernas por la Alameda de Sundheim que estaba al lado y terminamos cenando unas gambitas de Huelva, un jamoncito muy rico, ensaladilla, cuerpos y ortiguillas (El chiclanero: mi crítica en Tripadvisor aquí)
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Avenida Martín Alonso Pinzón, antigua Gran Vía
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Gambitas de Huelva y "cuerpos" (patas de cangrejo)
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Jamoncito rico
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